miércoles, 27 de abril de 2011

Rotas notas sordas

Mira, las liras de tu rima arcaica hacen chispa tu volar, -o tus cuerdas de esos cantos son vastos intentos de lo que no encontrarás-. Escucha, tu movimiento espuma mis palabras. Encendió mi pupila, traspasó el universo, evocó una risa sigilosa, incendió mi prosa.
Corre. Tu pavorosa voz, me decía sí, y tu torbellino me hacía circular con una fuerza de sansón. Claro, me sacudí en el agua porque era un remolino de sagaz fluctuación, ratificado legalmente por tu ira -estúpida traición-. Pasaron meses de miradas, años, días y el dueño de tu sueño se hizo realidad.
Ser aberrante ¿qué ahora tienes para mí? ¿Qué tienes ahora para la hora inexacta? ¿Sacudes tus segunderos, como un lindo perrito obsesivo? ¿Escupes veneno, como la larga demanda de piel que hiberna día tras día?
Hora tras hora. "Pasan los segundos" -dijera cronos-, día a día duerme tu bebé, balbuceando incoherencias, el dueño de tus sueños.
¿Estás contento ahora, tras tu necia pulsión? ¿Comiste de la palmilla? ¿Tragaste de tu llama, vela en velas? ¿Te diste cuenta de tu pasividad?
Lo averiguo, mientras camino entonces. Mejor digo que es sólo un poco más andar a dos por hora, que estar en el andar sin saber tu velocidad. Suele ser más compatible conmigo un hola flotante en el mar, (en una botellita) que un dudoso caballito de mar, en el estar.
Encontré la botellita -me dijo el caramelo-, que le dijo al vago, que le dijo al perro, que le dijo al gato, que le dijo al tejo. Me dijo "ahí te alcanzo" -la tortuga-, el elemental símbolo de quietud. Me dijo un pajarito que el flautista de antaño se había perdido junto con las aves de los árboles milenarios. El pobre se fue corriendo como un niño tras su pelota. Recorrió las rocas a través del bosque en su triciclo, ¡que risa este sonido, este relato, estoy volviendo al bosque! ¡Qué bueno este sonido, oigo mis notas sordas, soy el flautista!
Ahora respiro esta brisa de notas, sabiendo que lo que se aproxima será complejo, pero digno de aprendizaje. Aprendí a sentir que estoy en el bosque de nuevo. Me duele, me pican unos bichitos, ¡que odiosos los mosquitos! ¡El tero me dicta que sí estoy con estos bellos y hermosos pájaros!, ¡volví!, ¡aquí estoy!, ¡es verdad!
Sentado al lado de un pájaro carpintero que taladra mis imágenes y que al mismo tiempo hace sordo mi tocar, rompe mi oído izquierdo. Sigo haciendo esto, sigo creando.
¿Tanto puede hacer una simple ave?
Si la miras con lupa y reflexionas; claro. Un animal retrata tus actos y hasta los más primitivos e incompletos de justificación.
¿Tan simple es?
Así es, diría el señor águila. Con lentes de por medio y al instante.
Yo no soy ave, pero vuelo igual. Si no puedo volar salto, pero vuelo igual.
Creo hay un fin detrás de una situación, como un olor tras el aserrín. Hasta la pregunta más estúpida y fácil la puedo hacer, así como la más difícil, pero te puedo responder el momento, un intento. Porque las respuestas son nada más que eso; intentos.
¿Y el momento? El momento es único, es para ti. Es tuyo, y lo puedes obsequiar, lo puedes recibir. Lo puedes acariciar, los puedes interpretar, lo puedes hacer, lo puedes pensar, lo puedes postergar, lo puedes perder y lo puedes aprovechar.
Lo puedes matar, lo puedes disfrutar, lo puedes relatar, lo puedes destruir, lo puedes crear, cambiar y sonar. Eso es lo suave de la música, de la escritura, del momento, es arte amable, y a veces no tan amable, que te hace tocar el fuego y todos los fuegos. Esto como todo es vida, vida que se olvida y vida que motiva.